lunes, 30 de julio de 2012

Metamorfosis

Es asombroso ver cómo la gente cambia con el paso de los años, y no me refiero únicamente a las huellas que deja el tiempo en el cuerpo.

Contemplo a mi hijo de escasos 15 meses de vida y respiro su inocencia, esperanza, ilusión, pureza y bondad.

¿Cómo es posible que a veces nos transformamos tanto que ni nosotros mismos nos reconocemos? ¿Por qué perdemos esa inocencia con la que nacemos?

Algunas tardes de este mes tan loco me sentaba en el tapete únicamente a observar dos etapas de la vida, dos generaciones distintas.



Por un lado el pequeño de meses a unos metros de mí, aprendiendo, descubriendo, irradiando felicidad y tranquilidad; cuyos problemas se resuelven con un biberón con leche, un abrazo, un cambio de pañal, un beso, una fruta fresca o una galleta. Relajado a veces, exigente siempre, pero con una bondad absoluta y cien por ciento real, sin malicia.


Por el otro, una señora sentada en una silla viendo las horas pasar a través de la televisión. Sus canas y arrugas apenas reflejan algunos de sus años, la expresión de su rostro deja ver los demás, al igual que esas piernas que han recorrido los caminos que ha elegido y muchos de los cuales se lamenta. Sencillamente imposible imaginarla de niña.

Me sorprendía ver ese salto generacional, no sólo por el nulo parecido físico entre ellos, la brecha tan grande de edades y la falta de similitud en gustos e intereses... también por las enormes diferencias de actitud, de visión y pasión por la vida.

Me impacta lo mucho que una persona puede llegar a cambiar, a transformarse, de cuánto puede alguien cargar en sus hombros y en su corazón. Una carga tan grande que puede desencajar el rostro, la piel o la esencia.

¿Cómo un ser que a las horas de nacer es tan indefenso y bueno puede transformarse tanto que termina siendo un completo extraño...muchas veces para su familia o para sí mismo?

Cierto es que nadie se libra de esa metamorfosis, pero está en cada uno la opción de viajar más ligero, procurando conservar la esencia, o simplemente dejarse arrastrar por la cotidianidad y guardar el recuerdo de lo que algún día fue.

De repente, volteo al espejo buscando a esa niña de acento norteño y curioso, pero sólo quedan ciertos rastros...

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