Una de las razones por la que me divorcié (en mi primer matrimonio) fue por la falta de comunicación, convivencia e intimidad. Había días que sentía que la canción tan popular "Detrás de mi ventana", de Yuri, había sido escrita especialmente para mí y basada en mi historia.
Silencios continuos, detalles nulos, nada de convivencia y noches frías eran parte de mi día a día, hasta que decidí poner fin a esa historia. Intenté todo por mejorar la relación, pero, defintivamente, una pareja es de dos, y creo se necesita de ambos para mejorar las cosas ... y sólo de uno para empeorarlas.
El día que firmé mi divorcio, me prometí no permitirme nunca más volver a sentirme como en aquellos meses, cuando la soledad era mi compañera incondicional... y la tristeza la ocasional.
Años después, cuando conocí a Luis, dentro de aquella plática que duró 12 horas, le conté acerca de mi sueño de convertirme en madre y tener una familia. "El tener hijos no está en mis planes; yo nací para vivir en pareja", me contestó. En ese momento me pareció el ser más extraño sobre la tierra. "¿Vivir en pareja?"... ¿de qué hablaba? pero como en ese momento apenas comenzábamos a conocernos, no le di importancia a su comentario; total, seguro iba a encontrar a una mujer que compartiera su filosofía de vida, a mí qué.
Semanas o meses después, cuando comenzamos una relación, volvió a salir el tema y cada uno insistía en su postura. Yo, moría por ser madre; él, pareja. Así pasaron los primeros meses, cada uno en su canal, sin discutir, sin aprobar nada.
Poco antes de embarazarme, un día se sentó a explicarme a qué se refería con "ser pareja". "Muchas veces las mujeres, cuando tienen hijos, se olvidan de ser pareja, de ser esposa... y la relación se va apagando", palabras más, palabras menos, ese fue el mensaje.
Ese día me quedé un poco confundida, para mí era muy claro que una cosa era el esposo y otra el hijo, que no tenía relación y no había por qué descuidar o cambiar a uno por el otro. No entendía bien su temor o por qué decía eso.
Cuando nació Bam Bam, sobra decir que fue un sueño hecho realidad para mí. La emoción y alegría invadieron mi ser, así como los nervios y temores. Ese 7 de mayo no recordé la frase de Luis "ser pareja por siempre".
Pasaron las semanas, y el cansancio poco a poco fue apoderándose de mí. Cada vez tenía menos energía, me sentía gorda y desesperada por no entrar en mi ropa, por no ver la silueta que yo quería en el espejo, por no tener tiempo para ir a la estética para arreglarme las uñas y teñirme el cabello, por no poder ir al cine, al teatro o a comer con alguna amiga sin tener que levantarme, mínimo, 5 veces de la mesa. Los días se me hacían cortos para hacer todo lo que debía. Lavar y doblar ropa, arreglar la casa, hacer la comida, bañar al bebé, darle de comer, arreglarme y, además, meditar día y noche si debía o no regresar a trabajar.
Cuando regresé a la oficina, los días duraban menos, tenía que dividirme en mil partes. Cumplir con mis obligaciones laborales, hacer todo lo posible y lo imposible por establecer una lactancia exitosa, comer en dos minutos o en el rato que Bam Bam se durmiera, cuidarlo, bañarlo.... y todos los demás quehaceres de una "señora".
Comencé a hacer lo que era más cómodo para mí, escudándome en "es lo mejor para el bebé". Y así, sin darme cuenta, me fui olvidando de esa parte, del ser pareja. Poco a poco comencé a hacer lo mismo que años atrás me habían hecho y que había terminado por romper mi matrimonio y derrumbar mis ánimos.
Cuando mi esposo llegaba a casa, le contaba cuan cansada estaba, a veces llorando, otras tratando de contenerme. Cuando él intentaba abrazarme, yo sólo quería dormir... y ni qué decir de tener relaciones, era tema prohibido. Él tenía que entender que yo era un coctel hormonal. Qué injusto me parecía que no me entendía, que no se ponía en mis zapatos.
Pasaron algunos meses, y un día Luis aprovechó la oportunidad para abrirse y decirme lo que sentía. Fue entonces cuando comprendí a lo que se refería con "ser pareja y no olvidarse de ser esposa". En efecto, en mi lucha constante por ser la mejor madre, me había olvidado de ser la mejor esposa. Yo creía que con estar despierta cuando él llegaba del trabajo estaba cumpliendo, con ofrecerle algo de cenar y medio arreglarme los fines de semana cuando íbamos a salir.
Muchas veces no nos damos cuenta de los errores que cometemos hasta que nos enfrentamos con una realidad desconocida, que nosotros mismos vamos construyendo con nuestro actuar diario. Nos olvidamos de aquella frase "en las buenas y en las malas", del "para toda la vida", de los detalles, de las palabras, de decir "te amo" no sólo al recién nacido, también a la pareja. Dedicamos nuestro día y noche a esa personita que vemos indefensa, olvidándonos que esa persona que parece ser fuerte e indestructible también es humano y necesita cariño y atención, y más allá de ello, es nuestra pareja, a quien elegimos y con quien decidimos compartir nuestra vida.
En ocasiones, nuestra venda es tan grande, que no nos damos cuenta que nosotros mismos somos quienes ponemos el escenario perfecto y abrimos la puerta para la llegada de un tercero. Y sí, creo que muchas veces por eso fracasan los matrimonios, porque nos olvidamos de ser pareja y nos dedicamos a ser madres.
Es más, muchas veces, nos olvidamos de ser mujeres.
Hoy por hoy estoy convencida que si no tienes un balance y equilibro en todas las partes que componen tu vida, una de ellas termina fracasando.