martes, 20 de noviembre de 2012

Love is in the air...


Desde pequeña soy fanática de las sorpresas, pero cuidado con que lo sospeche porque pierde todo el encanto. Ese tipo de detalles inesperados me parecen indispensables en la vida de cualquier persona, desde un niño hasta un anciano, y algo que se agradece es que en medio de este ritmo acelerado que llevamos aún haya gente que se tome el tiempo de pensar, planear y ejecutar una sorpresa, más aún si esa persona es tu pareja.

Aunado a mi espíritu de niña, me encantan las emociones fuertes y los momentos en que la adrenalina se apodera del cuerpo. Por ende, salto en paracaídas y vuelo en globo encabezaban mi lista de "cosas por hacer". De hecho, durante muchos años insinué y también expresé directamente mi deseo de volar en globo, pero nadie lo cumplió. No se trataba de que yo lo organizara, pues había dos requisitos, debía ser sorpresa y romántico.

En 2009, cuando, tras insistirme durante todo un día, mi amigo Leonel logró convencerme de saltar en paracaídas pude palomearlo en mi lista. Porque, claro, una cosa es que estuviera en mis planes y otra muy distinta que me atreviera a hacerlo, sobre todo después de leer la carta responsiva que firmas.
Sobre esa experiencia, sólo puedo decir que e
s inutil tratar de describir el pavor que sientes cuando la avioneta va despegando o cuando el instructor te indica que es momento de saltar, pero igual de inutil sería  intentar explicar la maravillosa sensación de libertad cuando vuelas por el cielo, omitiendo por un momento que un tipito va pegado a ti, claro.
Hace un año, justo en noviembre, estuve a punto de palomear mi segundo deseo o cosa por hacer, pero el clima lo impidió. Era nuestro primer aniversario de bodas y, para festejarlo, Luis organizó un fin de semana en Tequisquiapan. Después de meditarlo, discutirlo y volver a meditarlo, decidimos dejar, por primera vez, una noche completa a Bam Bam.

Tomamos carretera cerca de las 2 de la tarde, yo sin saber el destino, y aproximadamente a las 5, después de perdernos casi 1 hora, llegamos al hotel. Tras registrarnos, noté la cara de angustia de mi sapo cuando le pidieron que llenáramos una hojas. En ese momento tuvo que rebelarme la sorpresa, al día siguiente viajaríamos en globo y tenía que firmar la carta responsiva. No lo podía creer, por fin.
Ese día recorrimos el pueblito y en la noche nos prepararon una cena súper romántica en una cava subterránea, con velas, flores y todo lo necesario para crear un ambiente propicio para celebrar 365 días de experiencias, crecimiento, historias, amor y mucho aprendizaje. 

Emocionada y preocupada por el frío que hacía y la nula ropa abrigadora que llevaba, contaba las horas para emprender el vuelo. Nos habían citado a las 6 en el lobby, por lo que tras disfrutar del jacuzzi y una plática con el marido, me fui a dormir. 

A las 5:30 de la mañana sonó el teléfono para despertarnos. Nos arreglamos y cuando casi estábamos listos, el teléfono volvió a sonar, esta vez era para anunciarnos que el vuelo se suspendía por cuestiones climatológicas y que nos esperaban más tarde en el spa.
Obviamente, Luis se frustró un poco más que yo, pero no quedó otra opción más que aceptar. Al hacer el check out, nos dieron un cupón con vigencia de un año para regresar, mismo que validamos justo 1 año después, pero esta vez todo salió tal como lo planeado.

El sábado fue prácticamente igual que el de noviembre de 2011, pero sin la cena romántica. El domingo nos despertamos a las 5:30 y a las 6:00 pasaron por nosotros en una camioneta que nos llevó hasta el lugar de despegue. El frío era soportable, la luz muy tenue y la emoción a tope.

Sobre el pasto, 13 globos de diferentes colores estaban en proceso de inflado. Poco a poco fue saliendo el sol y mientras escuchábamos las indicaciones de una de las guías, disfrutamos del paisaje, el cielo rojo y el amanecer.

Nos dividieron de acuerdo al peso que sumábamos por pareja y nos indicaron el globo en el que volaríamos. Tres parejas más se subieron a la misma canasta en la que íbamos Luis y yo, y nos acomodamos, 4 personas de cada lado.
Tras las fotos obligadas, escuchamos las instrucciones de seguridad de parte del capitán y nos preparamos para ascender. Claro, cabe destacar que eso de "la preparación" cada quién la hizo a su modo. Luis intentaba clavarse, incrustarse y anclarse a la canasta, manteniéndose lo más alejado posible de las orillas, mientras yo me apoderé de una esquina, de donde podía apreciar lo que había debajo de nosotros, a 2 mil 400 pies.
Durante 45 minutos, disfruté al máximo ver las caras de mi amado, el paisaje, la vista miniatura de Tequisquiapan y los momentos en que parecía que nos íbamos a atorar en un árbol o íbamos a estrellarnos con una camioneta en la carretera, así como la emoción que sentía al extender el brazo con cámara en mano y fotografíar todo lo que sucedía.
La primera en bajar fui yo e, irónicamente, el último fue Luis, justo cuando el globo tenía 2/4 partes desinfladas. Después, nos dirigimos al hotel, donde hicimos un brindis, recibimos un certificado y desayunamos como si no hubiera mañana. Justo en ese momento, ya en tierra firme y segura, eliminé mentalmente el segundo punto de mi lista. Deseo cumplido gracias al marido y una experiencia más en pareja. Algo sumamente emocionante y divertido.
Para cerrar con broche de oro nuestro mini viaje de primer aniversario (un año después), un masaje relajante y, por qué no, los quesos obligados para llevar...

1 comentario:

  1. Nada fácil la experiencia. Si algo he hecho por amor en la vida, es esto. Bueno, seguro hay cosas más grandes ahora que lo pienso, pero mi extrema acrofobia puede dar fe de lo que para mí fue este viaje en globo. Lo resumo en dos palabras: "Me cagué". Clavé la mirada en un palito de paleta que llevaba en la mano y que me ayudaba a desviar mi atención de lo lindo.

    Eso sí, a pesar de que sentía que me tiraban al vacío, los paisajes son algo difícil de explicar, la calma, el sol, el amanecer, la luna que se pone terca y no se quiere ir. En fin.

    ALGO INOLVIDABLE Y CON TODO EL AMOR.

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