viernes, 2 de septiembre de 2011

La muñeca de mamá

Nunca se ha caracterizado por ser muy expresiva, un "te quiero" difícilmente sale de su boca, mucho menos lo escribe, piensa que las cartas con el tiempo pueden ser usadas en su contra, pero de una u otra forma siempre nos ha demostrado su amor.

Aún siendo una niña, desde hace 27 años, su vida ha estado completamente dedicada a su muñequita, a quien vestía tres veces al día para que todo mundo la viera impecable y hermosa, a quien defendía cuando sus primos no querían jugar con ella, a la que consentía a tal grado que todos la llamaban berrinchuda y caprichosa, a la que protegía del mundo entero.

Todas las noches, antes de que su muñeca se durmiera, elegía un cuento, lo narraba y en muchas ocasiones lo actuaba, sobre todo "el manomono", que hasta hoy nunca le he preguntado si lo inventó o fue uno de esos cuentos que se trasmitieron de generación en generación.

Su amor siempre fue incondicional a pesar de los berrinches, los pleitos y en ocasiones, las faltas de respeto; siempre estuvo dedicada a su muñequita, a cambio de su entrega se conformaba con escuchar un "mami, te quiero mucho".

Desde que su muñeca apareció en escena nunca volvió a saber lo que era dormir sola, tenía que recostarse a su lado, entrelazar sus piernas con las de esa pequeña que apenas alcanzaba a tocar sus rodillas con la punta de sus piecitos fríos para que la pequeña lograra conciliar el sueño.

Su cabello rizado, su mirada penetrante, su silueta perfecta, su carácter fuerte e imponente, su piel impecable, su tono agradable y chistoso, y su aroma de ángel, como ella misma describe, siempre llamaron mi atención, soñaba con ser como ella cuando fuera grande, en ocasiones robaba alguna de sus prendas, incluso, cuando se iba de viaje, aprovechaba para usar sus zapatillas, su maquillaje, y jugar a ser grande.

Madre y padre a la vez por mucho tiempo, se las ingenió para que nunca le faltara nada a su muñequita: el vestido más lindo de la tienda, moños de todos colores para combinarlos con sus distintos atuendos, la barbie de moda, el juego de té, las pinturas, el resorte, la cuerda para saltar, los accesorios de Kitty, los raspados del malecón, la mochila distinta cada inicio de ciclo escolar, los dulces gringos recién llegados a Culiacán, los "suspiros" de La Casita de Chocolate, las polly pockets, todo, todo lo que la pequeña deseaba, ella se lo daba. ¿Cómo? aún no lo entiendo.

Poco a poco esa muñeca se fue convirtiendo en mujer, en una princesa que nadie podía tocar. Sí, berrinchuda, caprichosa, vanidosa, pero a la vez tierna, sincera, entregada, confiada y feliz, muy feliz. Sus exigencias fueron cambiando: el nuevo aparato para hacer ejercicio, la ropa de moda, el cd de su artista favorito, maquillaje, bolsas, zapatos, muñecas, zapatillas, el menú especial de dieta, el jamón especial, chocolates, barritas, viajes, permisos... y todo se lo siguió cumpliendo.

Desvelos, lágrimas, enojos, dolores de cabeza formaron parte de su vida durante la adolescencia de su princesa rebelde, pero con los años, sólo puedo decir que valió la pena y espero que para ella también. Hoy, esa princesa no sería quien es actualmente, con errores y defectos, pero también con muchos aciertos y virtudes.

Muchas ocasiones me quejé de su carácter, de su exagerada atención; quería salir huyendo de su casa o enviarla de vacaciones a un lugar lejano, desértico, así podría relajarse, descargar su estrés cotidiano y regresar lista para aguantar de nuevo todo lo que representaba ser ama de una casa de locos.

Hoy ya no estoy con ella, la veo pocas veces debido a mi trabajo (cosa que en ocasiones no entiende). Llego a su casa y es chistoso ver cómo, justo ahí, el tiempo parece detenerse. Mi hermana dedicada a su novio, mi hermano a la música, la más pequeña a su mundo de princesas, y ella, entregada a sus hijos, a su casa.

Han pasado 27 años y su vida sigue siendo igual, su prioridad seguimos siendo nosotros y, aparentemente, nadie se da cuenta; mis hermanos no lo agradecen y mi papá menos, pero con el tiempo, estoy segura que agradecerán su entrega, su amor y dedicación; agradecerán el que haya sido madre de tiempo completo.

Hoy la extraño, me hace falta su presencia, su cama siempre impecable, sus palabras, sus regaños, sus consejos; extraño llegar a casa y escuchar "¿ya comiste? ¿qué vas a comer?... simplemente hay días como hoy en que necesito a mi mami...

Y sí, esa muñeca soy yo. Ahora agrego otra parte...

Hace cuatro meses, la muñeca se convirtió en madre, y tal como ella lo hizo en su momento, ahora yo intento dedicar mi tiempo y vida a mi hijo, enseñarle los valores que ella me enseño, entregarle mi amor como ella lo hizo.

Yo soy un claro ejemplo de una niña que colechó con su madre.. sin saber realmente lo que era el colecho, y puedo presumir que soy una mujer segura, feliz y sin complejos. Un claro ejemplo de que las corrientes y métodos como los del Dr. Estivill no funcionan, funciona el amor y la entrega.

3 comentarios:

  1. Qué hermoso post!!
    Aprendemos a agradecer todo lo que se nos da hasta que nos convertimos en madres, así es, el ciclo de la vida :)
    Te mando un abrazo!!

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  2. Precioso, tenemos tanto que agradecer a nuestras madres!! Y creo que cuando nosotras mismas somos madres ese amor todavía se multiplica por millones pq somos capaces de ver cuanto han hecho por nosotras, cuanto nos han querido... Me has emocionado y hecho llorar. Un abrazo!

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  3. Está hermoso...
    Yo aún no soy madre, pero desde que vivo lejos de mi casa, aprendí a valorar a mi madre, y sobre todo, a entender el porqué renegaba...
    Sinceramente, creo que este post es la historia de mi madre

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